Vivo presa de pánico. Cada día me levanto e intento deshacerme de sueños, deseos y legañas con un buen lavado de cara. Como si las gotas de agua fuesen a llevarse las ilusiones que llevan persistiendo años. Será que nunca me canso de engañarme, y por tanto trato de confiar en que hoy es un nuevo día, y que me espera una realidad distinta.
Llego a clase cansada pero sonriendo, aguardando el día que
me depara el destino. Y él sigue en las escaleras distraído. Yo cruzo por su
lado esperando que me espere a mí, y él me mira y saluda con la cabeza
esperando que no le espere.
Desde que hablé con él las cosas ya no son como antes.
Escribir no alivia tanto y llorar escuece más. La cabeza me da muchas vueltas,
y por eso ya no me preocupo por caer. A veces me pregunto incluso porque me
levanto, si en cuanto lo haga volveré a girar de nuevo y tropezar con mis
propios problemas.
Lo miro por última vez. Su sonrisa marchita parece refulgir
cuando suben otras chicas. Y es que aunque no me canse de repasar su libro, él ya
hace tiempo que pasó página y dejó de leerme.
Entiendo esa sensación pero sigo esperando que un día, de nuevo coja el libro donde está escrita nuestra historia. Algún día descubrirá que me necesita y entonces seré yo la que haya pasado página.
ResponderEliminarHermoso texto.
Un besazo <3
El problema está en cuando ser paciente supera tus límites y asumes que él ni siquiera va a rozar la cubierta del libro, y que éste no para de guardar polvo.
EliminarUn besazo para ti también.