Y sus labios rozaban las palabras dulcemente, temiendo que
pudieran romperse en el frío de aquella tarde. Enero había dejado un rastro de
inseguridades y él no estaba dispuesto a seguirle el juego. Quería ser
especial, que ella lo viese especial. Y por eso suavemente acariciaba cada
mirada como si pudiese ser la última.
A veces temía incluso llorar por no poder volver a ver bien
sus ojos. Pero el miedo era en vano, pues los ojos de ella siempre estaban
aguardando su contacto. Siempre cálidos, siempre sinceros, dispuestos a abrir
abismos entre ellos y acortarlos con fugaces pestañeos.
Una distancia relativa que igual se acortaba igual se
agrandaba. Una sensación que lo dejaba ciego de amor, herido de corazón.
Maldecía sus sentimientos en noches como aquella que el frío parecía ganarle el
pulso a sí mismo. Pero entonces, ella sonreía y la magia con que lo hacía
rompía cualquier inseguridad aún viva.
Dios mío, me ha encantado la entrada. He podido sentir lo que sentía él por un instante. Adoro como escribes, me hago seguidora de tu blog desde ya y te invito a echarle un vistazo al mío.
ResponderEliminarUn besazo <3