El miedo a lo desconocido me arropa cada noche. Es algo un
tanto irónico, porque su manto no me da calor, sino frío. Tiemblo al pensar en
su presencia, en lo que pueda hacer. Y entonces mis dudas se despiertan, y
mientras yo me debato entre el cansancio físico y el mental ellas luchan porque
me mantenga en vela. Se unen y bailan al son de una melodía que no me gusta.
Pero no importa, porque esa melodía es continua, y va en crescendo martilleando
cada vez con más fuerza mi cerebro.
Yo, harta, me rindo y las dejo que se muevan a su aire, y
parece que al ignorarlas ellas terminan por aminorar sus insistencias. Al final
caigo muerta sobre la almohada, exhausta, aún sabiendo que la lucha no ha
acabado. Que guerras mucho más fuertes todavía siguen en pie. Que el tiempo no
me ayuda. Que en realidad cuanto más tiempo pasa más recias se vuelven las
dudas.
Los ojos finalmente acaban por cerrárseme, y justo en ese
momento, cuando de veras caigo rendida ante el hechizo de Morfeo, cuando mi
mente se separa de mis dudas y vuela en un mar de imaginación infinita, entonces sé
que soy libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario