martes, 16 de agosto de 2016

Verano de agosto y más allá.

Agosto y el sol brilla tanto como de normal. La luz de otro día se cuela entre los espacios de la persiana, y revuelve a esta masa de cansancio, sueño y pelo. El verano sigue con paso firme, sin detenerse. Sin importar que las nubes se interpongan, ni que el calor asfixie. Porque puede. Porque es luz, y vida, y color, y aunque llegado agosto haya personas que empiecen a aborrecer el sudor a las nueve de la mañana y las playas llenas de arena y los chiringuitos atestados… nadie odia el verano. Porque no se puede odiar a algo que te da un respiro de tu vida. Que te saca de donde quiera que estés y te susurra: “eh, ya está, ahora puedes volver a ser tú mismo”, cuando con tantas cosas en la cabeza, no habías caído en que te habías perdido por el camino. Y no importa, porque el verano está aquí para quedarse esta vez. No piensa escurrirse entre los dedos como la arena, ni secarse con el viento de otoño. Esta vez piensa seguir viviendo entre los rayos de luz que cada mañana se filtren por los huecos de las persianas, a dar calor bajo las mantas cuando la masa de pelo sólo quiera seguir durmiendo, a seguir brillando como el sol. Porque verano, no es tiempo, sino sentimiento. Felicidad escrita con menos letras, y vida con playa y piscina. Es libertad y calor, y amor, y falta de quejas y remordimientos. Este año mi verano me ha jurado quedarse hasta que el invierno le congele las ganas y ya no tenga más remedio que esconderse hasta que junio regrese. Y aun así, ahora que nos hemos conocido realmente, que me ha confesado sus intenciones, y me ha descubierto sus secretos… Yo creo que no me importa enero. Me fugaré con él hasta donde pueda seguirle la pista, hasta que lo pierda o me pierda a mí misma (que a esas alturas es más de lo mismo). Porque ser verano, es ser quien quieres, y yo no quiero que la nieve me entierre todavía.

sábado, 20 de febrero de 2016

El calor de diciembre

Sí, el calor y no el frío. 
La navidad, las calles llenas de gente ajetreada, de niños frente al escaparte, de sueños en el aire… Los deseos se vuelven tangibles cuando diciembre llega, y es que prometo que casi puedo tocarte cuando cierro los ojos, y puedo imaginar tu mirada sobre mi piel y tus besos al borde de mis labios.
No sé qué tendrán los pinos y las guirnaldas de colores, las luces o el color rojo y verde. No lo sé, pero prefiero no pensarlo, más que nada para no perderme divagando y olvidarte, apartarte de mis sueños, cuando eres tú y no la Navidad.
Sé que probablemente no te vea este invierno. Que las sábanas se te hayan pegado, o que los sueños te pesen demasiado. Me gustaría ayudarte, aunque sé que ya no soy parte de esa rutina tuya de sonreír porque sí, de mirar al mundo y pensar en lo que vale la pena. Sé que ya no estoy en el montón de cosas pendientes, ni en el de sueños por cumplir, ni siquiera en el de recuerdos bonitos.
Teñiste todo lo bueno que había habido de negro, y el rojo y el verde ya no se ven por ninguna parte, aunque yo me empeñe en creer en la Navidad. No es culpa tuya, ni lo es mía. Simplemente el tiempo nos venció, pero me gusta recordar cuando parábamos las manillas del reloj y nos reíamos de las prisas y de la gente ajetreada, de niños frente al escaparate, de sueños en el aire… porque nosotros ya lo teníamos todo y no necesitábamos la Navidad para vivir con ilusión.
Lo siento. No por ti, ni por mí, sino por la Navidad, por ya no ser como era desde entonces.