sábado, 20 de febrero de 2016

El calor de diciembre

Sí, el calor y no el frío. 
La navidad, las calles llenas de gente ajetreada, de niños frente al escaparte, de sueños en el aire… Los deseos se vuelven tangibles cuando diciembre llega, y es que prometo que casi puedo tocarte cuando cierro los ojos, y puedo imaginar tu mirada sobre mi piel y tus besos al borde de mis labios.
No sé qué tendrán los pinos y las guirnaldas de colores, las luces o el color rojo y verde. No lo sé, pero prefiero no pensarlo, más que nada para no perderme divagando y olvidarte, apartarte de mis sueños, cuando eres tú y no la Navidad.
Sé que probablemente no te vea este invierno. Que las sábanas se te hayan pegado, o que los sueños te pesen demasiado. Me gustaría ayudarte, aunque sé que ya no soy parte de esa rutina tuya de sonreír porque sí, de mirar al mundo y pensar en lo que vale la pena. Sé que ya no estoy en el montón de cosas pendientes, ni en el de sueños por cumplir, ni siquiera en el de recuerdos bonitos.
Teñiste todo lo bueno que había habido de negro, y el rojo y el verde ya no se ven por ninguna parte, aunque yo me empeñe en creer en la Navidad. No es culpa tuya, ni lo es mía. Simplemente el tiempo nos venció, pero me gusta recordar cuando parábamos las manillas del reloj y nos reíamos de las prisas y de la gente ajetreada, de niños frente al escaparate, de sueños en el aire… porque nosotros ya lo teníamos todo y no necesitábamos la Navidad para vivir con ilusión.
Lo siento. No por ti, ni por mí, sino por la Navidad, por ya no ser como era desde entonces.