Sí, el calor y no el frío.
La
navidad, las calles llenas de gente ajetreada, de niños frente al escaparte, de
sueños en el aire… Los deseos se vuelven tangibles cuando diciembre llega, y es
que prometo que casi puedo tocarte cuando cierro los ojos, y puedo imaginar tu
mirada sobre mi piel y tus besos al borde de mis labios.
No sé qué tendrán los pinos y las guirnaldas de colores, las
luces o el color rojo y verde. No lo sé, pero prefiero no pensarlo, más que
nada para no perderme divagando y olvidarte, apartarte de mis sueños, cuando
eres tú y no la Navidad.
Sé que probablemente no te vea este invierno. Que las
sábanas se te hayan pegado, o que los sueños te pesen demasiado. Me gustaría
ayudarte, aunque sé que ya no soy parte de esa rutina tuya de sonreír porque
sí, de mirar al mundo y pensar en lo que vale la pena. Sé que ya no estoy en el
montón de cosas pendientes, ni en el de sueños por cumplir, ni siquiera en el
de recuerdos bonitos.
Teñiste todo lo bueno que había habido de negro, y el rojo y
el verde ya no se ven por ninguna parte, aunque yo me empeñe en creer en la
Navidad. No es culpa tuya, ni lo es mía. Simplemente el tiempo nos venció, pero
me gusta recordar cuando parábamos las manillas del reloj y nos reíamos de las
prisas y de la gente ajetreada, de niños frente al escaparate, de sueños en el
aire… porque nosotros ya lo teníamos todo y no necesitábamos la Navidad para
vivir con ilusión.
Lo siento. No por ti, ni por mí, sino por la Navidad, por ya
no ser como era desde entonces.