El que se esconde en la esquina mientras bebe de su copa; el
caprichoso, el estúpido.
El que nos mira y se ríe, el que siempre me tuvo suya y
ahora no me deja ser sin él.
Noto como su risa se me clava en la nuca y su mirada baila
entre nosotros, esperando el momento justo para separarnos.
Decían que era un mito, que él no podía con nada, que el
amor cruza puentes, y ríos, y mares y acorta distancias…
Mentían.
Tus besos ahora no saben. Ya no los siento como antes, como
cuando me jodían cada suspiro. Ahora quedan lejos, escondidos y vagando en una
noche perdida en el mes de julio. Echo de menos sentirte a mi vera, notar tus
dedos recorriendo cada poro de mi piel, y tus labios jugando sobre mis labios,
volviéndome loca.
Los recuerdos siempre nos serán eternos, aunque se cubran de
polvo y el tiempo juegue a esconderlos más allá del presente. Siempre sabré
cómo besabas y cómo me hacías sentir. Tal vez no piense demasiado en tus ojos,
o en tus manos, o en tu ceño siempre fruncido. Pero sé que cuando oiga tu
nombre, ellos, los recuerdos, me llevarán a tu encuentro.
Y entonces, justo entonces, ése, el de la esquina, el
caprichoso, el estúpido, el maldito destino, no podrá hacer nada. Porque esa
noche mis labios fueron tuyos, y tus manos fueron mías, y aunque el tiempo
quiera borrarnos, aunque el destino pinte kilómetros entre nosotros, esa noche
seguirá siendo real, y tú seguirás siendo tú, y yo seguiré siendo yo.