miércoles, 26 de agosto de 2015

Ése.

El que se esconde en la esquina mientras bebe de su copa; el caprichoso, el estúpido.
El que nos mira y se ríe, el que siempre me tuvo suya y ahora no me deja ser sin él.
Noto como su risa se me clava en la nuca y su mirada baila entre nosotros, esperando el momento justo para separarnos.
Decían que era un mito, que él no podía con nada, que el amor cruza puentes, y ríos, y mares y acorta distancias…
Mentían.
Tus besos ahora no saben. Ya no los siento como antes, como cuando me jodían cada suspiro. Ahora quedan lejos, escondidos y vagando en una noche perdida en el mes de julio. Echo de menos sentirte a mi vera, notar tus dedos recorriendo cada poro de mi piel, y tus labios jugando sobre mis labios, volviéndome loca.
Los recuerdos siempre nos serán eternos, aunque se cubran de polvo y el tiempo juegue a esconderlos más allá del presente. Siempre sabré cómo besabas y cómo me hacías sentir. Tal vez no piense demasiado en tus ojos, o en tus manos, o en tu ceño siempre fruncido. Pero sé que cuando oiga tu nombre, ellos, los recuerdos, me llevarán a tu encuentro.
Y entonces, justo entonces, ése, el de la esquina, el caprichoso, el estúpido, el maldito destino, no podrá hacer nada. Porque esa noche mis labios fueron tuyos, y tus manos fueron mías, y aunque el tiempo quiera borrarnos, aunque el destino pinte kilómetros entre nosotros, esa noche seguirá siendo real, y tú seguirás siendo tú, y yo seguiré siendo yo.