Una lluvia cegadora
deja sin vista a la ciudad, mientras millones de cartas vuelan sin dueño en el
cielo. Nadie sabe qué pasa pero todo el mundo tiene su propia explicación.
Noviembre arrasa con las muchedumbres, y el gentío se reduce a nada. Yo me
escondo tras tu mirada, suplicando que mañana todo esté bien. Y tú me mientes y me susurras que todo es
pasajero. Yo ya me conozco el cuento.
Pienso en salir y gritar al mundo, pero las noticias en la televisión me
llevan la delantera. Y sin embargo todo fluye y nadie oye, ni mira, ni escucha,
ni siente. Yo me debato entre la
tristeza y la compostura, pero la decepción es quien se sobrepone. Nadie parece comprender el caos, pero tampoco
veo que la gente despegue los ojos de sus problemas y mire a su alrededor. Hay
mucho daño y pocas ganas de repararlo. Supongo que las almas sensibles siempre
fuimos débiles por nuestra fragilidad. Tú cruzas tu sonrisa con mis lágrimas y
yo reacia a sonreír sólo veo como solución echarme en tus brazos y suplicar que
todo haya sido un mal sueño. Y sin
embargo la realidad me da patadas en la espalda pidiéndome que me dé la vuelta
y mire al mundo una vez más. Y yo cansada de discutir con ella le hago caso y
me giro y dejo de llorar. Entonces veo otra vez la mirada perdida de la gente,
las súplicas cayendo del cielo y el grueso velo que protege a las demás
personas de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario