miércoles, 9 de julio de 2014

Calamidades ocultas tras sonrisas falsas.

Una lluvia cegadora deja sin vista a la ciudad, mientras millones de cartas vuelan sin dueño en el cielo. Nadie sabe qué pasa pero todo el mundo tiene su propia explicación. Noviembre arrasa con las muchedumbres, y el gentío se reduce a nada. Yo me escondo tras tu mirada, suplicando que mañana todo esté bien.  Y tú me mientes y me susurras que todo es pasajero. Yo ya me conozco el cuento.  Pienso en salir y gritar al mundo, pero las noticias en la televisión me llevan la delantera. Y sin embargo todo fluye y nadie oye, ni mira, ni escucha, ni siente.  Yo me debato entre la tristeza y la compostura, pero la decepción es quien se sobrepone.  Nadie parece comprender el caos, pero tampoco veo que la gente despegue los ojos de sus problemas y mire a su alrededor. Hay mucho daño y pocas ganas de repararlo. Supongo que las almas sensibles siempre fuimos débiles por nuestra fragilidad. Tú cruzas tu sonrisa con mis lágrimas y yo reacia a sonreír sólo veo como solución echarme en tus brazos y suplicar que todo haya sido un mal sueño.  Y sin embargo la realidad me da patadas en la espalda pidiéndome que me dé la vuelta y mire al mundo una vez más. Y yo cansada de discutir con ella le hago caso y me giro y dejo de llorar. Entonces veo otra vez la mirada perdida de la gente, las súplicas cayendo del cielo y el grueso velo que protege a las demás personas de la realidad.

Y es que lo incomprensible se vuelve comprensible ante la ignorancia.


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