Hace tiempo que la sangre de mi cuerpo fluye al ritmo de una
sintonía acelerada. Tan pronto se agolpa en la cabeza, como cae de bruces sobre
mis pies. Baila y sigue su son sin preocuparse de qué pueda pasar. Está
harta de hacer caso a órdenes que se cuestionan continuamente, que no quieren
vivir siendo ellas. El corazón late despacio marcando cada nota, cada ausencia, y cada esencia. La sangre no me llega a los dedos, y es que por mucho que
necesite escribir, la realidad asfixia mis ideas y las hace quebrarse en mil
esquirlas. Un sueño hecho pedazos de un puzle sin respuesta, donde las piezas
una vez rotas ya no se vuelven a unir.
Y es que aunque quiera no quiero. Aunque las palabras luchen
en mis labios, el miedo es demasiado recio. Y así se consume la saliva, que ni
puede ni al final quiere salir de su cueva y reclamar aquellas palabras que son
suyas. Y así la sangre, harta de subir, bajar y contravenirse, se rinde a la
rutina, y vuelve a fluir normal de nuevo. Llevando cada gota a cada parte del
cuerpo donde éste seguirá luchando por expresarse y continuará rindiéndose a
dos centímetros de la línea de llegada.
Así es el deseo de algo imposible, así es el veneno que cura
y mata por dentro. Así son las incoherencias y sinsentidos de un cuerpo que no
sabe qué responder a sus impulsos.
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