Agosto y el sol brilla tanto como de normal. La luz de otro
día se cuela entre los espacios de la persiana, y revuelve a esta masa de
cansancio, sueño y pelo. El verano sigue con paso firme, sin detenerse. Sin
importar que las nubes se interpongan, ni que el calor asfixie. Porque puede.
Porque es luz, y vida, y color, y aunque llegado agosto haya personas que
empiecen a aborrecer el sudor a las nueve de la mañana y las playas llenas de
arena y los chiringuitos atestados… nadie odia el verano. Porque no se puede
odiar a algo que te da un respiro de tu vida. Que te saca de donde quiera que
estés y te susurra: “eh, ya está, ahora puedes volver a ser tú mismo”, cuando
con tantas cosas en la cabeza, no habías caído en que te habías perdido por el
camino. Y no importa, porque el verano está aquí para quedarse esta vez. No
piensa escurrirse entre los dedos como la arena, ni secarse con el viento de
otoño. Esta vez piensa seguir viviendo entre los rayos de luz que cada mañana
se filtren por los huecos de las persianas, a dar calor bajo las mantas cuando
la masa de pelo sólo quiera seguir durmiendo, a seguir brillando como el sol.
Porque verano, no es tiempo, sino sentimiento. Felicidad escrita con menos
letras, y vida con playa y piscina. Es libertad y calor, y amor, y falta de
quejas y remordimientos. Este año mi verano me ha jurado quedarse hasta que el
invierno le congele las ganas y ya no tenga más remedio que esconderse hasta
que junio regrese. Y aun así, ahora que nos hemos conocido realmente, que me ha
confesado sus intenciones, y me ha descubierto sus secretos… Yo creo que no me
importa enero. Me fugaré con él hasta donde pueda seguirle la pista, hasta que
lo pierda o me pierda a mí misma (que a esas alturas es más de lo mismo). Porque
ser verano, es ser quien quieres, y yo no quiero que la nieve me entierre todavía.
Ha sido un placer visitar tu blog
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