Nunca lo había visto llorar, pero siempre tenía la mirada
perdida quién sabe dónde, y parecía que algo lo devorara por dentro.
Yo pasaba por su lado cada día y me sorprendía verlo siempre
igual. Distraído. Absorto en un mundo inimaginable. Un universo tan mágico que
lo apartaba de la realidad.
Algunas veces soñaba que me miraba con sus ojos cansados y
que me regalaba un billete con destino a su mundo. Que me dejaba pasar unas
horas cerca de la orilla de sus sueños, y así mostrarme las sensaciones tan
intensas que lo apartaban de mí.
Un día, no sé por qué, le paré al terminar la clase. Me puse
frente a él mientras con la cabeza gacha me negaba su mirada. Yo le cogí la
barbilla y la levanté para poder ver bien lo que ocultaba bajo sus pestañas.
Entonces lo vi. No era cansancio, no era estrés y no era
distracción. Era el amor cobrándose la vida de ese chico pecoso y tímido. Lo
acerqué, le di un abrazo y le susurre al oído sin palabras algo que lo trajo de
vuelta a la realidad.
Desde entonces su mirada se ha torcido 20 grados más al sur
y aun así puedo ver que hay veces que llora de repente sin ningún motivo
aparente. Pero justo cuando creo que he roto algo que llevaba señales de “frágil”
por todos lados, el chico pecoso alza la vista, me mira a los ojos, y mientras
me congela el aire glacial que centellea en sus pupilas, su boca se retuerce
escondiendo un intento de sonrisa que me derrite.
Después de todo las cosas nunca están tan mal.
wow me gustó mucho! ♥
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